El Cofio guarda ciertas peculiaridades en su revirado
trayecto de medio centenar de kilómetros. Una de ellas podría ser su estrecha
vinculación con Robledo, pese a que sólo un tercio del recorrido pasa por el término
municipal y siempre compartiéndolo con Valdemaqueda y Cebreros.
El río nace en la Comunidad de Madrid, pero en un singular
triángulo que conforma la última aldea madrileña, Las Herreras -perteneciente a
Santa María de la Alameda-, que se adentra en Ávila prácticamente al límite con
Segovia.
Toma nombre el Cofio sobre los 1.100 m. de altitud, tras la fusión del río de las Herreras
Hay un dato público, tan erróneo como manido, de que el Cofio
nace por encima de los 1.700 metros de altitud. Nada más lejos. Ni siquiera sus
dos fuentes brotan tan arriba, debido a que no existe esa altitud en esta zona
de la sierra (el pico más alto está a 1.642 metros), siendo lo más cercano de
más de 1.700 m. Abantos, distante 11 kilómetros en línea recta.
El Cofio ya nace siendo frontera de Madrid con Castilla y
León, trazando los límites entre los municipios más occidentales madrileños,
Santa María, Robledo y Valdemaqueda; y los más surorientales de Ávila, Las
Navas, El Hoyo de Pinares y Cebreros.
Justo antes de su entrada al término robledano, después del
famoso puente colgante (ya en restos), el río fue apresado a finales de los
años ’60 para suministro de agua. Como, según la Confederación Hidrográfica del
Tajo a la que pertenece, las aguas no alcanzaban la calidad requerida para el
abastecimiento humano, la presa dejó de usarse en 1990; y, tras una fuga de
sedimentos en 2012, fue demolida a finales de septiembre de 2014.
En esto también destacó el Cofio, pues se trató de la presa
más alta demolida en España, con 22,7 metros de altura. Ello supuso la
renaturalización de su cauce, desde entonces con un bello paseo por su margen
derecha (río arriba).
Mencionado el puente colgante (reconocido y visitado en los
años ’70 por excursionistas y boy scout), es obligado detenerse en este
apartado de cruces del río, pues igualmente llama la atención.
Quizás el más conocido sea el paso de Valdemaqueda, puente
Mocha (afamado como el puente romano), de origen bajomedieval o
prerrenacentista, que se caracteriza por su estructura de lomo de asno con
cuatro arcos de medio punto, dos vanos de losas planas y tajamares hacia
oriente. Se cuenta entre las zonas de esparcimiento más bellas.
Pero hay otra joya arquitectónica, posterior en tiempo y anterior en
tramo, el gran puente de Recondo, viaducto también llamado de los Siete Ojos, trazado en semicurva con siete gigantescos arcos para salvar 50 metros de desnivel, que inauguró la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España el 1 de julio de 1863 para que el ferrocarril pudiera cubrir la ruta Madrid-Irún en este tramo de El Escorial-Ávila.
Y el más reciente o puente del Cofio, asociado a la práctica
de puenting antaño (65 m. de altura), que emplea la carretera comarcal 505 (El
Escorial-Ávila).
También en construcciones hay que destacar las acequias (foto) -algunas de granito- en varios tramos y ambas márgenes, para aprovechamiento y regadío.
El Cofio se enriquece esencialmente con tres afluentes: el
río de la Aceña, que le nutre sobremanera casi a la altura de la estación de
Santa María; el arroyo de la Hoz, geográfico límite entre Madrid y Ávila a la
espalda de Valdemaqueda; y el río Sotillo, nada más pasada la finca El
Quexigal. Las aguas del Sotillo le llegan al Cofio poco antes de su
desembocadura en el río Alberche, dentro del lago de San Juan. Ahí, ante su
último meandro, deja el Cofio una recoleta playa.
Una vez que los osos abandonaron esta zona en el siglo XVII,
y que lo lobos se retiraron mediado el siglo XX (aunque han vuelto y están a
una docena de km.), la fauna del Cofio es rica en cuanto a mamíferos, de
especial interés en cuanto a aves (con grandes rapaces), y curiosa en lo más
hídrico, pudiendo incluirse a nutrias y ánades.
Pero, también en lo referente a la vida animal, el río Cofio
tuvo su particularidad, al ser hábitat de grandes monos hace apenas 40 años.
A finales de los ’70 el cierre del Safari Park El Quexigal
derivó en la venta de la mayoría de animales salvajes a zoológicos y parques,
pero los hubo que no se pudieron vender (alguno se cazó vilmente) y otros, como
los babuinos, que se acomodaron en el
cauce; siendo avistados por ganaderos y pescadores incluso en sus baños de sol
sobre el singular risco de Lusillo.
El periódico Diario 16 publicó un reportaje contando la
historia de supervivencia de decenas de parejas de estos papiones omnívoros, de
glúteos coloreados, en el tramo final del río.
La riqueza del Cofio.
Goyo Ybort
Periodista, aceptable conocedor de la comarca y
amante de la naturaleza de Robledo y su entorno)
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