martes, junio 30, 2020

Pongamos Robledo en Valor (3): Los últimos caleros en Robledo





PONGAMOS ROBLEDO EN VALOR

Los últimos caleros en Robledo

 

Para muchos será una sorpresa descubrir que en Robledo, hasta los años sesenta, ha existido una calera; es decir, una cantera de piedra para hacer cal. Esta calera era propiedad de la familia Pedraza: Julio, Antonio, Aurelio y Mariano. Estaba situada en la finca que ocupa el centro de la retuerta de Andrés Moreno, en lo que hoy es el Rio Cofio, entre la antigua presa y la estación.

Hoy me toca homenajear a mis abuelos, mis tíos y a mi madre. Como nómadas llegaron a Robledo con sus vacas de tiro para arrastrar pinos de las cortas para nutrir de madera al aserradero que existía por aquel entonces en Robledo. Aparte de las labores de arrastre, toda la familia estuvo, además, haciendo leña para suministrar a las panaderías de Madrid.

Cuando, en el año 44, falleció el tío Juan, encargado por entonces de la calera, Julio Pedraza le propuso a Desiderio, mi abuelo, hacerse cargo de la calera con toda la familia. Y allí trabajaron todos, pequeños y mayores: Desiderio, mi abuelo; Rosario, mi abuela; mis tíos, Paco y Juan; mis tías, Esperanza y Herminia; y mi madre, María. Mi abuelo y mis tíos se encargaban de la parte más dura, desde barrenar y dinamitar la piedra, hasta acarrearla con carros y vacas desde la cantera a los hornos. El tío Dámaso y Florentino se encargaban de hacer gavillas para tener combustible suficiente para que calcinara la cal.

Los hornos eran de dos tipos: de mampostería y de ladrillo. Según mi tío, los dos daban buenos resultados. Las dimensiones eran de aproximadamente 3x3 metros en planta y de 3 o 4 metros de altura. La base del muro era de tres pies, y es de suponer que terminaría en pie y medio. La boca del horno tenía 90 centímetros de ancho por un metro de alto. En la actualidad están abandonados, y la mayor parte de los muros han sido expoliados, aunque en los restos que conservamos todavía se aprecia el trullado de arcilla que se aplicaba en el interior para que no perdieran el calor.

El proceso de cocción era muy laborioso. Tras la carga y transporte, uno de los trabajos más duros, se acopiaba la piedra y se procedía a su selección por tamaño, un trabajo minucioso y muy importante, ya que de él depende una buena cocción. Las piedras de mayor tamaño se colocaban las primeras, formando el encañado o el hogar del horno, hasta formar una bóveda, para continuar después con piedra de menor tamaño. Para facilitar la construcción de la bóveda, sé que mi abuelo colocaba gavillas de Jara, que hacían la función de una cimbra.

Colocada toda la piedra y tapadas todas las oquedades con piedra triturada, se daba fuego a las gavillas que previamente se habían utilizado como molde de la bóveda. Hecho esto, no se podía dejar de atizar el horno durante al menos dos ó tres días. Mis tíos contaban que en las primeras horas no debía atizarse el horno demasiado, porque se corría el riesgo que éste se hundiera. Sabían cuándo se tenía que atizar más simplemente poniendo la mano en la chimenea y observando si ésta se humedecía con vapor.

Pasados dos o tres días de cocción, se empleaba un método de dos pasos para saber si la cal ya estaba cocida. Primero se comprobaba si la llama del horno había cambiado de color, pasando de roja a violeta. Una vez que había pasado a violeta, se escogía una piedra de la chimenea y se introducía en un cubo de agua: si la piedra se deshacía con facilidad, era el momento de retirar todo el fuego del horno y dejar que éste se apagara durante cuatro días. Esta labor se repetía cada quince días, un ritmo suficiente para abastecer de cal a toda la comarca.

El producto obtenido, de buena calidad, era de dos clases: cal blanca, que se empleaba para el enjalbegado; y parda, para la construcción. Esto es debido a que en la cantera afloraban mármoles de dos colores, blanco y pardo. Si en Robledo, una zona granítica, es raro encontrar mármol, mas raro aún es que éste sea de dos colores; pero así es.

Espero que este resumen sirva para dar a conocer que Robledo fue, y es, parte de un oficio milenario, como es el calero. Todo lo descrito en este texto es parte de una labor hoy abandonada, a la que tarde o temprano, dada la poca calidad de las cales que se fabrican industrialmente, tendremos que volver a recurrir.

Carlos Martín Jíménez

P.D. - El dibujo esta realizado a mano para éste artículo por el tío del autor (Paco), único superviviente junto con su madre. 



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