PONGAMOS
ROBLEDO EN VALOR
Los
últimos caleros en Robledo
Para muchos será una
sorpresa descubrir que en Robledo, hasta los años sesenta, ha existido una
calera; es decir, una cantera de piedra para hacer cal. Esta calera era
propiedad de la familia Pedraza: Julio, Antonio, Aurelio y Mariano. Estaba
situada en la finca que ocupa el centro de la retuerta de Andrés Moreno, en lo
que hoy es el Rio Cofio, entre la antigua presa y la estación.
Hoy
me toca homenajear a mis abuelos, mis tíos y a mi madre. Como nómadas llegaron
a Robledo con sus vacas de tiro para arrastrar pinos de las cortas para nutrir
de madera al aserradero que existía por aquel entonces en Robledo. Aparte de
las labores de arrastre, toda la familia estuvo, además, haciendo leña para
suministrar a las panaderías de Madrid.
Cuando, en el año 44,
falleció el tío Juan, encargado por entonces de la calera, Julio Pedraza le
propuso a Desiderio, mi abuelo, hacerse cargo de la calera con toda la familia.
Y allí trabajaron todos, pequeños y mayores: Desiderio, mi abuelo; Rosario, mi
abuela; mis tíos, Paco y Juan; mis tías, Esperanza y Herminia; y mi madre,
María. Mi abuelo y mis tíos se encargaban de la parte más dura, desde barrenar
y dinamitar la piedra, hasta acarrearla con carros y vacas desde la cantera a
los hornos. El tío Dámaso y Florentino se encargaban de hacer gavillas para
tener combustible suficiente para que calcinara la cal.
Los
hornos eran de dos tipos: de mampostería y de ladrillo. Según mi tío, los dos
daban buenos resultados. Las dimensiones eran de aproximadamente 3x3 metros en
planta y de 3 o 4 metros de altura. La base del muro era de tres pies, y es de
suponer que terminaría en pie y medio. La boca del horno tenía 90 centímetros
de ancho por un metro de alto. En la actualidad están abandonados, y la mayor
parte de los muros han sido expoliados, aunque en los restos que conservamos
todavía se aprecia el trullado de arcilla que se aplicaba en el interior para
que no perdieran el calor.
El proceso de cocción era
muy laborioso. Tras la carga y transporte, uno de los trabajos más duros, se
acopiaba la piedra y se procedía a su selección por tamaño, un trabajo
minucioso y muy importante, ya que de él depende una buena cocción. Las piedras
de mayor tamaño se colocaban las primeras, formando el encañado o el hogar del
horno, hasta formar una bóveda, para continuar después con piedra de menor
tamaño. Para facilitar la construcción de la bóveda, sé que mi abuelo colocaba
gavillas de Jara, que hacían la función de una cimbra.
Colocada toda la piedra y
tapadas todas las oquedades con piedra triturada, se daba fuego a las gavillas
que previamente se habían utilizado como molde de la bóveda. Hecho esto, no se
podía dejar de atizar el horno durante al menos dos ó tres días. Mis tíos
contaban que en las primeras horas no debía atizarse el horno demasiado, porque
se corría el riesgo que éste se hundiera. Sabían cuándo se tenía que atizar más
simplemente poniendo la mano en la chimenea y observando si ésta se humedecía
con vapor.
Pasados dos o tres días de
cocción, se empleaba un método de dos pasos para saber si la cal ya estaba
cocida. Primero se comprobaba si la llama del horno había cambiado de color,
pasando de roja a violeta. Una vez que había pasado a violeta, se escogía una
piedra de la chimenea y se introducía en un cubo de agua: si la piedra se
deshacía con facilidad, era el momento de retirar todo el fuego del horno y
dejar que éste se apagara durante cuatro días. Esta labor se repetía cada
quince días, un ritmo suficiente para abastecer de cal a toda la comarca.
El producto obtenido, de
buena calidad, era de dos clases: cal blanca, que se empleaba para el
enjalbegado; y parda, para la construcción. Esto es debido a que en la cantera
afloraban mármoles de dos colores, blanco y pardo. Si en Robledo, una zona
granítica, es raro encontrar mármol, mas raro aún es que éste sea de dos colores;
pero así es.
Espero que este resumen
sirva para dar a conocer que Robledo fue, y es, parte de un oficio milenario,
como es el calero. Todo lo descrito en este texto es parte de una labor hoy
abandonada, a la que tarde o temprano, dada la poca calidad de las cales que se
fabrican industrialmente, tendremos que volver a recurrir.
Carlos
Martín Jíménez
P.D. - El dibujo esta
realizado a mano para éste artículo por el tío del autor (Paco), único
superviviente junto con su madre.
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