miércoles, marzo 09, 2022

Años luz: Piedras en el cielo

 

PIEDRAS EN EL CIELO


Como ya informamos en el bloc del Ateneo, el 24 de noviembre fue lanzado al espacio una nave cuyo propósito es estrellarse contra un asteroide, para ensayar la posibilidad de desviarlo de un hipotético rumbo de colisión con la Tierra. Ya en 2005, la NASA  disparó un proyectil desde la sonda Deep Impact sobre el cometa Tempel 1, de unos 14 Km de tamaño, el impacto redujo su velocidad medio milímetro por hora….

Es de sobra conocida la teoría de que los dinosaurios fueron exterminados por el impacto de un gigantesco meteorito, que originó el cráter de Chicxulub, en la actual península del Yucatán. Aunque sigue estando en controversia que esta fuese la causa última de dicha extinción, lo que está demostrado es que el impacto se produjo y tuvo unas consecuencias catastróficas en todo el planeta.

La erosión y el continuo movimiento de las placas tectónicas, han borrado la mayoría de los cráteres de impacto que la Tierra ha debido de sufrir a lo largo de su dilatada historia.


Aun así hay ejemplos espectaculares como el cráter de Arizona, formado  hace unos 50.000 años  por un meteoro de cincuenta metros de diámetro y que generó una explosión  de diez megatones de TNT (unas 600 veces la energía que se liberó con la bomba de Hiroshima). En ese tiempo ya existía el homo Sapiens conviviendo con el Neandertal.

En tiempos históricos (1650 a.C.)  habría estallido  un bólido sobre la ciudad de Tall-el-Hamman, situada en el valle del Jordán durante la época del bronce medio. Según los investigadores de la universidad de Santa Bárbara, en California,  que han publicado sus conclusiones en la revista Nature, la desintegración del meteorito en la atmosfera habría liberado una energía mil veces superior a la bomba atómica de Hiroshima. La explosión habría proyectado una enorme cantidad de sal del subsuelo que habría arruinado la fertilidad del terreno y que podría haber impactado sobre algún rezagado que huía convirtiéndole en “estatua de sal”.

En la mañana del 30 de junio de 1908 una bola de fuego explotó  a una altura de entre cinco y diez kilómetros sobre la remota región de Tunguska en Siberia. Se calcula que ochenta millones de árboles quedaron aplastados en un área de 2.150 Kilómetros cuadrados. El objeto debía medir entre 50 y 190 metros. Del que si se tienen imágenes es del bólido que estalló sobre la ciudad rusa de Cheliabinsk, en los Urales, el 15 de febrero de 2013. Liberó una energía equivalente a 500 kilotones (treinta veces superior a la bomba de Hiroshima). La NASA estima que el objeto debía de medir en torno a los 17 x 15 metros y tener un peso de diez mil toneladas. La onda expansiva provocó  1.491 heridos de los que más de cien requirieron ingreso hospitalario.

En nuestras latitudes, es bastante desconocido el racimo de meteoritos que cayeron sobre la ciudad de Madrid, en la mañana del 10 de febrero de 1896. Según refiere La Gaceta de Madrid, a las 9 horas y 29 minutos de la mañana, estando el cielo totalmente despejado, se vio un resplandor blanco-rojizo que iluminó de improviso la ciudad y fue seguido, un minuto después, de una enorme detonación que hizo temblar los edificios. Fueron recogidos fragmentos en Moncloa, Maudes, Paseo de la Castellana, calle Serrano, jardín del convento de las Ursulinas en Fuente del Berro, Puente de Vallecas, Prosperidad, y en el Kilometro 6 de la carretera a Valencia. Se produjeron escenas de pánico y hubo que lamentar las mujeres heridas, trabajadoras de la fábrica de tabacos de Embajadores, que por salir en tropel del establecimiento, derrumbaron la escalera. No faltaron los oportunistas que echaron la culpa al gobierno y en concreto al general Martínez Campos.

El más cercano a Robledo del que se tiene constancia lo reflejaron los frailes del Monasterio del Escorial en siglo XVII. Cayó en los riscos que contornean el arroyo  de la Cereda,  por encima de La Hoya, en Santa María de la Alameda.

Por supuesto todas estas catástrofes se achacaban a castigos divinos, males de ojos, y todo tipo de maldiciones y brujerías. Es por esto por lo que la enciclopedia de la ilustración y la academia de las ciencias de Francia, declararon en el siglo XVII, que estos fenómenos debían de provenir de nuestra propia atmosfera, y desarrollaron una rocambolesca teoría para explicar que, en determinadas circunstancias, la energía de los rayos podían solidificar elementos del aire que se precipitarían sobre el suelo. Como esto no acababa de convencer plantearon que eran rocas de erupciones volcánicas lejanas, e incluso que provenían de los volcanes de la Luna. El gran pecado de la ciencia oficial es la prepotencia, “en el cielo no hay piedras” declararon con rotundidad.

Como siempre, antes de desarrollar un proyecto hay que imaginarlo, y Hollywood se adelantó a la NASA cuando en 1998 estrenó las películas Deep Impact, dirigida por Mimi Leder,  y Armagedón dirigida por Michael Bay. Y hablando de imaginación, un año antes, en 1997, se había estrenado la película Vulcano, dirigida por Mich Jackson, en el que un volcán erupciona en una zona poblada de las afueras de Los Ángeles….

Netflix acaba de estrenar el film “No mires arriba” dirigida por Adam Mckay. En él se puede ver con toda crudeza la reacción de políticos populistas, medios de comunicación y sociedad en general, trivializando el peligro y tratando de sacar rédito político de los desastres naturales….

Para evitar o predecir estos impactos, la NASA ha creado el Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra (CNEOS) que utiliza un avanzado software llamado Sentry, del que ya hay una versión mejorada (el Sentry II). Se han detectado hasta la fecha unos 28.000 asteroides cercanos y se consideran los más peligrosos los que pasan a menos de 7,8 millones de kilómetros y tengan un tamaño superior a 140 metros. En el caso de los cometas, se vigilan los que completan  una órbita en torno al Sol  de menos de 200 años y pasan a una distancia inferior a 1,3 unidades astronómicas, (una unidad astronómica es el espacio que separa la Tierra del Sol: 150 millones de kilómetros). La NASA tiene catalogado al 29075 (1950DA) como el objeto más peligroso para la tierra y podía impactar contra nuestro planeta el 16 de marzo del año 2880.


La NASA, la Agencia Europea del Espacio y las más importantes universidades, cuentan con una red de observadores y astrónomos no profesionales que ponen sus aparatos  al servicio de programas de rastreo. Uno de estos programas es el Minor Planet Center (Centro de planetas menores) dependiente del Instituto Smithsoniano y de la Universidad de Harvard. Este centro ha reconocido la labor de nuestro convecino y miembro fundador del Ateneo Antoniorobles Alberto García Sánchez. Su observatorio del Rio Cofio, (construido por él mismo), ha pasado a formar parte de esta red de vigilancia. La detección de estos cuerpos menores, que reflejan poca luz debido a su pequeño tamaño y que se mueven a velocidades enormes, es todo un reto, que Alberto  ha solventado con observaciones precisas a través de sus  telescopios, mediante un complejo sistema de guiado electrónico y un hábil manejo del software informático.

Creo que el dinero y los esfuerzos  destinados a estos proyectos es el mejor gastado, pues aunque la vida ha dado muestras de sobrevivir a grandes catástrofes planetarias, lo que es realmente  vulnerable es nuestra civilización.

   


  

Rafael Seco de Arpe




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